Por Gabriel Montiel – Venezuela
Todos los días tomamos decisiones, tratamos con el prójimo, y de una u otra forma afectamos a los demás y a nosotros mismos. Este interesante tema lo ejemplifico con un cuento de mi
autoría.
...
—¡Taxi! —gritó un hombre de traje y corbata, portando un
maletín, a las afueras de una importante empresa.
Rápidamente se detuvo un vehículo cuyo chofer era un señor
mayor de semblante tranquilo. El pasajero se subió murmurando algo en son de
molestia, pues parece que el asiento no era de su agrado, mas no se atrevió a
comentarlo al taxista. Se notaba estresado con el rostro amargo y la sonrisa
decaída. El conductor le dio un vistazo por el retrovisor, y de la forma mas
amable que pudo preguntó:
—¿A dónde debo llevarle caballero?
—A la calle catorce de Marabella —respondió con tono seco el
hombre— y por favor baje el volumen de la radio o apáguela si es posible
—agregó haciendo un gesto de hastío con la mano.
—Con gusto la apagaré para que usted viaje más cómodo señor
—dijo el taxista poniendo en marcha el vehículo y dejando ver una enorme
sonrisa por el espejo retrovisor— hoy es cada vez más difícil trabajar
tranquilamente ¿verdad? —agregó.
—Dígamelo a mí, que tengo que lidiar con la incompetencia
todos los días —afirmó el hombre aflojando su corbata— quizá usted no lo
comprenda bien, pero hay días que provocan poner a todos en su sitio.
—Ah, pero claro que le comprendo —replicó el chofer— a mi me
han tocado de esos días; pero resuelvo pensando asertivamente.
—¿Pensando asertivamente? —preguntó escéptico el hombre.
—Si, permítame explicarle —le respondió, quitándose la gorra
y ajustando el retrovisor para verle mejor la cara a su pasajero—. Pensar asertivamente
es una filosofía que suelo aplicar en el día a día. No tengo una forma teórica
para referirme a ella pero puedo ponerle algunos ejemplos. ¿Exactamente que
oficio tiene usted?
—Soy el dueño de la empresa de productos químicos —respondió
el pasajero e inmediatamente pensó pero sin decirlo <<¿Para qué le dí
cuerda? Va a marearme todo el camino>>
—Pues usted como dueño tiene muchos empleados a su cargo y
muchos proveedores y clientes… usted presta un servicio, vende un producto.
Pero encontrará que a veces los proveedores no cumplen lo prometido, los
clientes se retrasan en los pagos y hasta sus empleados parecen holgazanear.
Entonces hace llamadas furioso, camina de un lado a otro de su oficina con las
manos en la espalda, rompe papeles y documentos en una descarga de ira. Luego
hace llamar a los clientes morosos y los amenaza con no venderles más si no pagan su deuda; y
en todo el proceso riega uno que otro regaño entre sus empleados holgazanes. Avíseme
si me alejo de la realidad…
—No, va usted muy bien, pareciera que me conoce de toda la
vida —dijo el hombre mostrando ahora interés.
—Pero piense… ¿Logra toda esa actitud que los proveedores
cumplan, los clientes paguen y los empleados produzcan más?... De ninguna
manera, al contrario, tendrá ahora menos proveedores, menos clientes y
empleados desmotivados; y de seguir con esa rutina, siempre y cuando un infarto
no lo alcance primero, con el tiempo no tendrá siquiera una empresa que dirigir
—aseguró el taxista mirándolo por el retrovisor.
—¿Qué debo hacer entonces según usted? —preguntó el hombre.
—Ya llegaremos a eso —dijo el taxista— pero fíjese usted en
como seguir aplicando esta filosofía. Al terminar la jornada, tiene usted un
humor de perro rabioso, llega a su hogar donde le esperan su esposa y sus
hijos; ellos no saben nada de proveedores, ni de clientes… solo esperan ver a
su papá y abrazarlo, su esposa espera besarlo y que usted pruebe la cena que le
preparó. Cuando abre la puerta, sus hijos gritan de alegría, pero usted los
aparta diciendo que está muy cansado y les pide que se callen. Su esposa se
queda esperando el beso que nunca le dará porque antes se ha desplomado en el
sofá, o se ha ido directo a la habitación. Si sigue en esa rutina… con el
tiempo, no tendrá hijos que griten de alegría al verlo, no tendrá una esposa
que lo espere con un beso… en fin… no tendrá ninguna familia.
—Bueno, debo decirle con franqueza que todo esto da en que
pensar, pero aún no me dice como manejaría estos asuntos según esa filosofía…
¿Cómo dijo… asertiva?
—Exacto, a eso me refiero —asintió el hombre y señalando el
camino dijo— cruce aquí a la derecha, ya casi llegamos.
—Como usted diga señor —obedeció el chofer.
—¿Y bien? — preguntó el hombre inclinándose sobre el
asiento.
—¿Y bien qué? —replicó el taxista.
—¿No va a decirme cómo pensar asertivamente? ¿Qué debo
hacer?
—Pero amigo, ¿cómo voy yo a decirle la manera en que debe
usted hacer las cosas? Usted es un gran empresario, seguro ha estudiado mucho.
Sabe como debe comportarse un buen gerente, como tratar a sus proveedores, a
sus clientes, como hacer que sus empleados se motiven. Seguro sabe lo que debe
hacer un buen padre y un buen esposo. ¿Para que voy a decírselo yo? Solo me
limito a comentarle las maneras en las que NO debe hacer las cosas. Usted saque
sus propias cuentas. Todos sabemos que existe una forma correcta de obrar, de
comportarnos, de tratara los demás; pero elegimos muchas veces la fórmula
contraria. Detenerse a pensar y tomar la mejor decisión… Es pensar asertivamente.
—Puede dejarme en esa casa, donde están esos arbustos —le
indicó el hombre, ahora con un rostro totalmente diferente, y agregó— gracias
amigo, que bueno que mi vehículo no quiso encender hoy, usted me ha prestado
mucho más que un simple servicio de transporte. Por favor quédese con el
cambio.
El taxista sonrió y se marcho con su filosofía.
...
¿Qué hay de usted amigo lector? ¿Suele pensar asertivamente?
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