martes, 29 de marzo de 2011

Vivir de falacias

Por Gabriel Montiel – Venezuela



    En los cursos de redacción y escritura se enseña al estudiante la importancia de evitar las falacias al expresar sus argumentos. La falacia es un argumento en sí misma, solo que contiene un error, un engaño, algo que no es veraz, una conclusión no válida. Cuando se dice con la intención de entrampar a otros, de presentarles un argumento que los confunda y los haga pensar como nosotros queremos, suele llamarse sofisma.

    Nuestra vida misma está llena de falacias, así como nuestro vocabulario, que crean en nosotros un patrón de comportamiento poco productivo. Quizá sin darnos cuenta, utilizamos en el día a día argumentos falaces para justificar por qué nos comportamos de una manera u otra; o mostramos a alguien que se equivoca cuando en realidad los equivocados somos nosotros.

    Existen varios tipos de falacias bien estudiados, hablemos solo de dos de ellos y comprobemos si forman parte de nuestra conducta; el primero: Argumentum ad baculum. Esta falacia en nuestro idioma se traduce como apelación al poder o al miedo, y es común escucharnos hablar muy convencidos y decir: - seguramente, lo que da origen a este problema es…, puedo asegurarlo gracias a mis veinte años de experiencia en el ramo -. ¿Es solo la experiencia suficiente para determinar la causa de algo? ¿No se requieren de pruebas que demuestren esas causas? ¿Cuántas veces hemos dicho algo parecido y luego retractado o disculpado por no estar en lo correcto?


    Un ladrón amenaza con un cuchillo a una señora y le dice: - ¡dame la cartera o te corto! (está apelando al miedo)


    Argumentum ad baculum se cumple cuando procuramos imponer una idea basados, no en lo lógico y claramente positivo de esta; sino en nuestro poder, influencias o atributos superiores a los de los demás. ¡Qué error es vivir así! No es necesario siquiera mencionar los problemas que esta forma de ser nos causa y el cómo perjudica a otros.


    El segundo tipo de falacia: Non causa pro causa. Son falacias de causas cuestionables, las usamos al asegurar que algo ocurrió debido a… y mencionamos una causa poco creíble. Quizá la causa en sí misma sea creíble, pero no como respuesta al hecho ocurrido. – No pude aprobar el curso porque las asignaturas son muy difíciles – dice un estudiante. Eso es una falacia non causa pro causa. Ese argumento no nos permite corregir nuestro error, las asignaturas quizá sean difíciles; pero es más probable que el poco esfuerzo aplicado al estudiar sea la verdadera causa de haber reprobado. No somos sinceros con nosotros mismos y es obvio que eso nos afecta. – Choqué el vehículo de papá, esto pasó porque en la mañana se me quebró un espejo – (esta, creo yo, no necesita explicación alguna).


    Intente descubrir cuántos de estos argumentos engañosos rigen su vida y elimínelos, cambie su forma de pensar, reconozca sus fallas y corríjalas. No le garantizará que jamás se equivocará, pero al menos dejará de vivir de falacias.
Vea también Vivir de falacias II

miércoles, 23 de marzo de 2011

Una fórmula para agradar a otros

Por Gabriel Montiel – Venezuela




    Los detalles, los pequeños detalles de la vida, hacen que esta sea más placentera. No cuesta mucho emplear esta filosofía, pero reporta una gran ganancia a aquellos que se especializan en aplicarla.

    A todos nos gusta que nos saluden con entusiasmo, que nos hagan regalos agradables, que nos feliciten; en fin, que se interesen en nosotros. Cuando alguien nos trata así, llegamos a sentir un aprecio sincero, y a veces hasta profundo, por quien nos otorga dicho interés. Nuestra relación con esa persona llega a ser de clara amistad, y es que no podemos ser contrarios de quien no es contrario a nosotros (al menos así razonamos sin que nos fijemos en ello).

     E aquí una filosofía de vida muy valiosa, un arte que pocos dominan, y por ende, pocos disfrutan de los manjares que ofrece. Intente esto con sus amigos, sus familiares y todos aquellos con quienes pueda, con quienes se encuentre en su día a día.

    Ofrezca pequeños detalles a otros. Hay detalles hablados: un saludo afectuoso, una pregunta sincera por la salud o algún interés particular de la otra persona que conozcamos, un elogio simple pero verdadero. Hay detalles gestuales: una gran sonrisa, un gesto de aprobación con las manos, una mirada cariñosa. Puede hacer pequeños regalos: un caramelo, una rosa, un lapicero, una tarjeta. Puede combinar varios detalles.


    El punto es que los detalles se deben tener todos los días, deben dejar una sensación de alegría en la otra persona. ¿Los beneficios? Piense en como lo tratara su esposa o su esposo, sus compañeros de trabajo, sus hijos, etc. Piense en cómo se sentirá usted, imagine como serán las relaciones con los demás. Empiece con algo simple, como felicitar por algo bueno que usted notó, quizá lo sabrosa que quedó alguna comida y verá en seguida los efectos de esta fórmula.


    Tengamos buen gusto al escoger los detalles que daremos a otros, y sobre todo que estos sean sin hipocresía. El aprecio sincero y el reconocimiento que se expresa en un gesto así causan el mismo placer que un vaso de agua fresca a un sediento. Tendremos además la satisfacción de que nos consideren buenos compañeros y amigos, y de que lo seamos en verdad.

jueves, 17 de marzo de 2011

Padres "es solo un niño, un niño pequeñito"

Por Gabriel Montiel - Venezuela

    Ser padres es una de las responsabilidades mas discutidas del mundo. Cuando no se tienen hijos, se puede pensar en ello, puede gustarnos o no; vemos a otros padres y el cómo tratan a sus pequeños y a veces les apoyamos, otras les censuramos. Cuando se tienen hijos las cosas se ven de un modo distinto, nace en nosotros una forma de amor que no conocíamos. Investigando en la red he podido ver el talento que tienen algunos para publicar cosas bastantes útiles. Se atribuye a W. Livingston Larned el siguiente texto…



Papá Olvida

W. Livingston Larned

    Escucha hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable vine junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo.

    Durante el desayuno te regañé también, volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla.Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: ¡Adiós papito! Y yo fruncí el entrecejo y te respondí: ¨¡Ten erguidos los hombros!¨ Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso.

    ¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. ¨¿Qué quieres ahora?¨ te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aún el descuido ajeno puede agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera.

    Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entro en mi un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que yo esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros.

Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace de las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza.


    Es una pobre explicación; se que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: ¨No es más que un niño, un niño pequeñito¨ Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado.