Por Gabriel Montiel – Venezuela
Sentía la helada caricia del viento y con los hombros encogidos buscaba calor bajo la manta. Un poco de carbón encendido iluminaba tenuemente su rostro, y sobre este reposaba un te el cual hacia girar lentamente con su cuchara, mientras con rostro perezoso apoyaba su mejilla sobre su mano. Su pensamiento, vacilante, era atontado por el sueño. Los ojos se le cierran solos y un rugido en su estomago le recuerda que no debe dormir.
Se oyen unos pasos, pero el murmullo del viento meciendo las hojas no permite saber de que dirección llegan. Es inútil buscar en la profunda oscuridad de la noche, una suave penumbra deja entrever unas ligeras sombras, pero a pocos pasos; más allá no puede contemplarse nada en lo absoluto. En el intento de ubicar de donde provienen, se cae su manta y un escalofrío se cuela estremeciéndole el cuerpo. Reconoce los pasos, el ritmo con el que un pie sigue al otro, puede hasta imaginar el calzado; sabe de quien se trata, lo ha esperado por largo rato.
Cuando este llega al fin, se ajusta la manta alrededor del cuerpo pero el viento ya no parece tan frio. Está contento de verle, pero no lo manifiesta. El te deja de ser importante y con la mirada fija y ansiosa no pierde de vista las manos del recién llegado quien busca en un bolsillo de su chaleco. Su estomago clama como un león crinado y con el la boca se le hace agua ¿Qué has traído para mí? Se pregunta a sí mismo. El hombre le muestra un trozo de pan. –Es todo lo que pude encontrar. Pero puedes comerlo todo tu solo- le asegura.
-¡Un trozo de pan!- piensa al tomarlo. – ¡Un miserable y sucio trozo de pan!- se repite a sí mismo mientras lo traga y siente como baja como piedra a su estomago. ¿Para esto ha esperado tanto tiempo? Con mucho trabajo se forma el boceto de una maltrecha sonrisa en su rostro. Ahora el viento es más frio que nunca, el carbón parece estar apagándose. Ya no es un rugido de hambre, sino punzadas dolorosas las que lo golpean. Observa detenidamente como el otro se acomoda un abrigo para dormir tranquilamente, y entonces siente como todo su cuerpo se tensa. Su respiración se acelera abriendo el paso a pensamientos demenciales. -¡Un trozo de pan!- dice ahora audiblemente. -¡Un trozo de pan!- repite con mucha mas fuerza.
El otro hombre, que empezaba a dormirse, abre los ojos y con una sonrisa inocente, creyendo haberle escuchado, le responde: -De nada- y vuelve a cerrar los ojos. Eso enciende su furia, está decidido a golpearle. Busca alrededor algo contundente y divisa un estuche de cuero pero muy solido, atado a un cordel, que su acompañante había dejado allí temprano en la tarde. Era un estuche grande y pesado. Lo tomo con sus dos manos y acercándose al hombre, alzó el estuche para herirlo. En ese momento el hombre casi dormido, sin abrir los ojos ni saber lo que pasaba dijo: -y si dejaste algo de queso o de leche no los botes, quizá mañana puedan servir-.
Esto lo detuvo, lo paralizó y cambió completamente su expresión. ¿Queso? ¿Leche?... ¿Dónde?
Miró entonces en el estuche de cuero, el cual resulto ser una vianda llena de queso fresco. Al lado donde consiguió el estuche, estaba otro parecido, pero más suave; ahí estaba la leche.
Ahora otro dolor lo golpeaba, su conciencia le decía a gritos que era un animal, un mal agradecido, que no merecía nada. Sintió como se le comprimía el corazón. El sueño se fue de el, el frio se volvió punzante. No comió nada en toda la noche, no toco siquiera un poco de queso o bebió algo de leche. Avergonzado, se sentó frente al carbón, se puso su manta, reposó en una mano la mejilla y con la otra siguió meneando el te con su cuchara.
sábado, 6 de agosto de 2011
miércoles, 3 de agosto de 2011
Vivir de falacias II
Por Gabriel Montiel – Venezuela
En Marzo de este año inicié un trabajo que explicaba como algunas falacias y sofismas que intentamos evitar a la hora de redactar, influyen en nuestro comportamiento y forma de pensar. Esa anterior entrada titulada Vivir de falacias ha sido muy visitada, aparentemente el tema en cuestión es bastante investigado; así que les traigo la continuación del escrito donde analizaremos dos falacias mas.
Apelación por ignorancia o Argumentum ad ignorantiam es un razonamiento engañoso donde se pretende probar que una afirmación es cierta debido a que no se ha podido probar su falsedad. Es muy interesante en verdad, un ejemplo del uso de este tipo de falacia lo encontramos comúnmente en las aulas de clases. El docente explica una lección, pregunta si alguien tiene dudas, y, como nadie responde (usualmente ningún alumno levanta la mano por vergüenza o miedo), entonces sentencia diciendo: -¡eso significa que todos entendieron!- El engaño está en que realmente sabemos que no todos han comprendido la lección.
Como ven, aplicar esta fórmula no favorece a ninguna de las partes, tampoco es inocua pues hace daño debido a sus consecuencias.
Petitio principii o petición de principio es una falacia donde se acepta una declaración como cierta antes de demostrarla; dicho de otra forma se utiliza como premisa la misma conclusión que se declara. Un ejemplo de de este tipo de argumento se aprecia en la declaración: -He llegado tarde al trabajo porque no he llegado a mi hora- Puede servirnos para escapar de un regaño del jefe pero ¿En verdad sirve? La realidad es que quedaremos mal parados con este tipo de raciocinio. Debemos aprender a explicarnos con franqueza.
Quizá alguien quiera probar una idea controversial y para ganar la aceptación, expone una conclusión (basada en esa idea) que aparentemente es innegable, demostrando así la supuesta veracidad de la misma. –El hombre desciende del mono, por esta razón es que nos parecemos a ellos- Esto es una forma de engaño. Cuando tratamos a los demás y basamos nuestras relaciones en este tipo de argumento, estamos siendo poco francos y podríamos rayar en la manipulación (será así si lo hacemos en forma intencional como al usar sofismas).
Nuestras declaraciones deben fundarse con claridad, demostrar eficientemente lo que queremos probar. Ese grado de eficiencia y claridad debe manifestarse en nuestra vida, sin engaños y manipulaciones. Tal como mencioné en la primer parte de este artículo, no seremos perfectos al aplicar esta filosofía; pero al intentar hacerlo estaremos dejando de vivir de falacias.
En Marzo de este año inicié un trabajo que explicaba como algunas falacias y sofismas que intentamos evitar a la hora de redactar, influyen en nuestro comportamiento y forma de pensar. Esa anterior entrada titulada Vivir de falacias ha sido muy visitada, aparentemente el tema en cuestión es bastante investigado; así que les traigo la continuación del escrito donde analizaremos dos falacias mas.
Apelación por ignorancia o Argumentum ad ignorantiam es un razonamiento engañoso donde se pretende probar que una afirmación es cierta debido a que no se ha podido probar su falsedad. Es muy interesante en verdad, un ejemplo del uso de este tipo de falacia lo encontramos comúnmente en las aulas de clases. El docente explica una lección, pregunta si alguien tiene dudas, y, como nadie responde (usualmente ningún alumno levanta la mano por vergüenza o miedo), entonces sentencia diciendo: -¡eso significa que todos entendieron!- El engaño está en que realmente sabemos que no todos han comprendido la lección.
Como ven, aplicar esta fórmula no favorece a ninguna de las partes, tampoco es inocua pues hace daño debido a sus consecuencias.
Petitio principii o petición de principio es una falacia donde se acepta una declaración como cierta antes de demostrarla; dicho de otra forma se utiliza como premisa la misma conclusión que se declara. Un ejemplo de de este tipo de argumento se aprecia en la declaración: -He llegado tarde al trabajo porque no he llegado a mi hora- Puede servirnos para escapar de un regaño del jefe pero ¿En verdad sirve? La realidad es que quedaremos mal parados con este tipo de raciocinio. Debemos aprender a explicarnos con franqueza.
Quizá alguien quiera probar una idea controversial y para ganar la aceptación, expone una conclusión (basada en esa idea) que aparentemente es innegable, demostrando así la supuesta veracidad de la misma. –El hombre desciende del mono, por esta razón es que nos parecemos a ellos- Esto es una forma de engaño. Cuando tratamos a los demás y basamos nuestras relaciones en este tipo de argumento, estamos siendo poco francos y podríamos rayar en la manipulación (será así si lo hacemos en forma intencional como al usar sofismas).
Nuestras declaraciones deben fundarse con claridad, demostrar eficientemente lo que queremos probar. Ese grado de eficiencia y claridad debe manifestarse en nuestra vida, sin engaños y manipulaciones. Tal como mencioné en la primer parte de este artículo, no seremos perfectos al aplicar esta filosofía; pero al intentar hacerlo estaremos dejando de vivir de falacias.
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